>ANDRÉS

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De las paredes del Berlín colgaban retratos de invidentes belgas en blanco y negro. Sus miradas huecas caían al vacío ante el griterío de los videntes indiferentes, casi ciegos de alegría por una pelota que tan sólo cambiaba de lugar en el campo; saltaban, cantaban, reían… España había ganado el mundial.
Beatriz llegó tarde. Las compañeras de parranda ya habían dado buena cuenta de la comida. Decidió tomárselo con calma. Intentando no molestar a nadie se acercó a la barra y se pidió una caña que degustó con placer. El calor se hacía insoportable. Fue entrando en la atmósfera poco a poco, saludando con besos y su media sonrisa a todo el mundo. La euforia no dejaba de crecer.
Fue entonces cuando, sin querer, vio a Andrés. No le conocía y se interesó desde el primer momento. Fornido, alto, moreno… contagiado de la alegría general, era como uno más, sin embargo, Beatriz no le relacionaba con ninguno de los grupos habituales que en líneas generales ella conocía muy bien. Decidió esperar para hacer las averiguaciones pertinentes ante tan repentino interés. Sus amigas, presas del furor futbolístico, hubieran sido incapaces de darle un informe veraz.
Era la primera vez que Andrés entraba en el Berlín. Nuevo en la ciudad decidió buscar un lugar donde se encontrara como en familia. Acertó. Después del segundo pinchito de tortilla era uno más. Era muy cómodo; estaba justo al lado del apartamento recién alquilado. Presentía que esa noche bebería.
Inmersa ya en la alegría general y confundiéndose en la algarabía, Beatriz tomó posiciones sin haber recibido información alguna de sus amigas: se colocó, algo impensable en ella, justo al lado del buen mozo de tal manera que el primer contacto, de producirse, sería por las caderas al ritmo que marcaba Manolo Escobar. Tal era el poder del fútbol para juntar a las personas que desde el primer envite recibido, Andrés entró en el juego empleándose con una energía desmedida. Beatriz pudo comprobar que el mozo no sólo parecía fuerte sino que además lo era. Sin embargo no la miraba, es más, parecía no verla. Tal es el poder que tiene el fútbol para cegar a la gente.
Beatriz no se amilanó, contestaba con sus caderas de forma eficaz.
-En algún momento cambiará la música y se dignará mirarme- pensó Beatriz deseando que la música de Manolo Escobar cesara. No fue así. Arrancó de nuevo la primera estrofa cuando el último “que viva España…” no había terminado. Fue entonces cuando Andrés agarró a Beatriz que, fuera por placer o fuera porque le era imposible soltarse, se abandonó al pasodoble en manos del joven que la zarandeaba con cierto estilo. Pero se resistía a mirarla y eso no le gustaba.
Apareció por la puerta un grupo de jóvenes que, por su estatura bien podría ser un equipo de baloncesto. Entraron bailando desde la calle agitando una gran bandera de España por los aires. En un giro Andrés se separó de Beatriz enviándola hacia el grupo de recién llegados. Su melena se enredó, en toda su extensión, con la bandera que enarbolada por aquél mocetón alcanzó el ventilador del techo. Beatriz se sintió, sin entenderlo, abducida desde atrás y hacia arriba. Justo en el momento en que el ventilador hubiera podido tirar de la bandera y de la melena, se paró.
Al mismo tiempo que Andrés cogía a Beatriz por la cintura elevándola con facilidad para evitarle el tirón.
-Va a ser bailarín- pensó Beatriz en un segundo de consciencia.
La mirada azul de Beatriz se clavó en la marrón de Andrés que como hipnotizado, sólo pudo decir:
-¡Qué guapa!-
El final ya lo conocen, se enamoraron.
Pasado el tumulto que se creó por la bandera y la melena sin más pérdida humana que cuatro cabellos largos que desaparecieron cuando el ventilador se recuperó del parón; los recién conocidos se acercaron a la barra a beber. Estaban sedientos. Después de unas cañas y una animada conversación desparecieron sin despedirse. Encaminándose agarrados de la mano al recién alquilado apartamento de Andrés.

4 comentarios en “>ANDRÉS

  1. «De las paredes del Berlín colgaban retratos de invidentes belgas en blanco y negro». Magnífico arranque para un relato que fluye con la naturalidad de un arroyo de montaña.
    Y ahora una pregunta a la que no me puedo resistir: ¿Cuelgan o no retratos de invidentes belgas en blanco y negro de las paredes del Berlín?

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